viernes, 23 de marzo de 2012
Hoy, mi segunda entrada, voy a explicar por qué me pongo tan pesado con el tema del cinturón. Yo soy de esas personas que por instinto se ponen el cinturón nada más montarse en el coche, por instinto y por la fuerza de la costumbre, y como suele pasar en estos temas, por experiencias amargas del pasado.
No voy a extenderme mucho, solo voy a contar un fragmento de una noche que cambió para siempre muchas vidas, incluida la mía, cuando tenía 13 años.
Una noche de viernes más, 14 de Febrero de 1997, aquella noche llegaron mis padres a casa y me dijeron que me vistiera, que mi amigo David había muerto en un accidente de coche, yo había estado con él dos horas antes.
Salió a dar una vuelta en coche con su hermana y un amigo de ésta, que era quien conducía. En una curva perdió el control de su nuevo ford prove y se salió de la calzada estrellándose. El conductor falleció de camino al hospital, la hermana de mi amigo consiguió sanar con el tiempo, mi amigo salió despedido por la ventana y lo encontraron dentro de una acequia de riego a cierta distancia del lugar del accidente.
Si hubiera llevado el cinturón de seguridad seguramente hoy seguiría jugando a fútbol con él como hice aquella tarde, y no tendría tan gravado en la mente el momento en el que llegó su abuela a casa de su madre, rota por el llanto gritándole "dime que es mentira, por favor, dime que es mentira".
No voy a extenderme más, solo voy a dejar aquí este vídeo, que es muy ilustrativo de lo que puede suponer abrocharse el cinturón o no hacerlo.
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